Pan Casero con Masa Madre - Recuerdos del Campo
Pan casero, levadura madre y recuerdos que no se borran
Hay aromas que te quedan en la piel.
En la ropa.
En la memoria.
El del pan recién salido del horno es uno de esos.
Pero no hablo del pan de paquete, ni del que se compra.
Hablo del otro.
El que se amasa en casa.
El que vi hacer desde chica, una y otra vez, en la cocina de mis abuelos.
En casa no se compraba pan
Se amasaba.
Una o dos veces por semana, como parte de la vida.
No era algo especial. Era algo natural.
Como prender el fuego o dar de comer a las gallinas.
Mis abuelos siempre guardaban un pedazo de masa del pan anterior.
Esa era su levadura.
La noche antes de amasar, la ponían en un platito con agua tibia y un poquito de azúcar.
La dejaban tapada con un repasador, tranquila, haciendo su trabajo.
Y al otro día ya estaba burbujeando, lista para despertar la harina.
El amasijo
Usaban una batea grande.
Ponían 8 kilos de harina, hacían un huequito en el medio y ahí iba la levadura.
La sal se echaba por fuera, con cuidado, que no tocara la levadura.
Después venía el agua tibia, de a poco.
Y el trabajo de las manos.
Amasaban sin medidas exactas.
Era al tacto.
Al ver si la masa pedía más agua o más harina.
Era algo que se sabía sin decirlo.
Formaban ocho panes redondos, les hacían un corte al medio,
y siempre, siempre, con un pedacito de masa hacían una pizza o una torta de chicharrón.
Los panes quedaban tapados con una frazada vieja,
esperando crecer.
El horno a leña
El horno estaba en el patio.
Grande, de ladrillo, redondeado, como una casita.
Tenía una puerta de lata y un huequito arriba que servía para que respirara el fuego.
Mi abuela sabía cuándo estaba listo.
Decía que las paredes se ponían blancas varias veces, y ahí ya se podía barrer.
Lo barría con una escoba de chirca,
sacaba las brasas, ponía los panes, cerraba la puertita
y tapaba el hueco con un trapo mojado.
Una hora o un poco más.
Y el olor empezaba a salir.
Este pan duraba toda la semana.
Fresco, calentito, o duro, mojado en sopa.
Siempre estaba.
Hoy, cuando amaso…
Aunque ya no tenga horno a leña.
Aunque no viva en aquella casa.
Aunque no tenga la batea grande.
Amasar pan me sigue haciendo bien.
Me conecta con algo que no se explica.
Con esa forma de hacer las cosas sin apuro.
Con las manos, con cariño.
El pan que se hace en casa tiene algo más.
Tiene historia.
Tiene memoria.
Y tiene el alma de quienes lo hicieron antes que uno.
¿También creciste con pan casero?
¿Tenés algún recuerdo que te vuelva cuando cocinás algo con tus propias manos?
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